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Cómo lidiar con las personas violentas

Cualquier tonto inteligente puede hacer cosas más grandes y más complejas; se necesita un toque de genialidad —y mucho valor— para moverse en la dirección opuesta, E. F. Schumacher

Todos conocemos a personas difíciles y complicadas, que son para darles de comer aparte, que nos ponen de los nervios y que desesperan al más pintado. Personas violentas, quisquillosas, perfeccionistas, impacientes, orgullosas, egoístas, etc. que no paran de ponernos en evidencia delante de todo el mundo, que dudan, cuestionan y critican mil y un detalles de nuestra conducta, trabajo y/o forma de ser.

Veamos pues, uno a uno, la tipología de personas difíciles y cómo podemos lidiar con cada una de ellos. Empecemos con las personas violentas. Una persona violenta es alguien que no puede controlar su estado de ánimo y emociones. Por lo general, él o ella está sometido a un estrés constante, incluso creciente y padece ansiedad, tensión, depresión y/o miedo. Él o ella se siente impotente, alienado y/o victimizado. Estoy agradecido por todas esas personas difíciles en mi vida. Me han mostrado exactamente quién no quiero ser, Anónimo.

Había una vez en el desierto de Gobi un pueblo próspero y orgulloso. Cuenta la leyenda que un pequeño hombrecillo se apareció, en medio del camino, a unos pastores nómadas y les pidió amablemente un vaso de agua. Estos le despreciaron diciendo: “Pues va a ser que no. ¿Qué piensas que somos monjes budistas? ¡Márchate!" El hombrecillo se sintió dolido y maltratado, y se fue, eso sí, maldiciéndolos. Poco más tarde, trató de nuevo con otros viandantes pero la respuesta fue bastante parecida: “¡Déjanos en paz! No nos hagas perder más el tiempo, bastantes problemas tenemos ya.”

Con cada negativa, el pequeño hombrecillo se transformaba en un ser más grande, feo, maloliente, sucio y violento. Más tarde, divisó una gran caravana y los detuvo gritando: “¡Dadme agua!” Se produjo entonces una lucha entre la criatura y los orgullosos nómadas. Sin embargo, aunque eran muchos, la criatura se crecía en la guerra. Era cada vez más fuerte y poderoso por lo que consiguió aniquilarlos a todos. Desde entonces, su leyenda le precedía entre los mongoles. Cuando se encontraban con él, la mayoría de los viandantes huían despavoridos, completamente aterrados por su fama, aspecto y maneras, mientras el ser crecía y crecía sin mesura. Agraviado por ese pueblo hostil decidió destruir la corte imperial en Ulán Bator para darles “su merecido”.

Cuando se acercaba a las murallas del palacio, los soldados le pararon e hicieron frente pero fue completamente inútil. El ser era muy fuerte, grande, extremadamente violento y estaba ya curtido en mil y una batallas. Primero, fueron una docena de valientes guerreros; después, le atacaron por cientos pero no pudieron detener a una criatura que rozaba ya los quince metros de altura y que era tan poderoso como violento.

Cuando finalmente se deshizo de todos y entró en palacio, una voz de un niño, el pequeño emperador, le saludó: “¡Qué alegría! Por fin te has decidido venir a visitarme.” La vil criatura apenas pudo contestar, estaba demasiado atónito por el saludo cordial que acababa de recibir. Luego, el príncipe menudo prosiguió: “Déjame invitarte a merendar. ¿Te gustan las pastas?” El vil engendro más que contestar, gruñó: “¡Sí!, como a todo el mundo.” Así que la criatura probó los deliciosos dulces de la corte y se sintió, al fin y por primera vez en su vida, bienvenido y aceptado. El pequeño emperador charló durante mucho tiempo con él. Por cada acto suyo amable y generoso, el ser se volvía más pequeño, guapo, limpio e, incluso, educado. Al cabo de varias horas, ya tenían ambos la misma estatura hasta que, sin saber nadie cómo, la criatura desapareció para no volver a ser visto nunca jamás.

La moraleja de esta versión del clásico cuento budista es que se debe evitar el ojo por ojo, devolver mal por mal o tomar represalias. El mal solo engendra más mal en un ciclo infinito, negativo y auto-destructivo de venganza, violencia y rencor que no os llevará a nada bueno. En una guerra unos pierden más que otros pero, al final, todos salen mal parados. Solo conseguirás más dolor, remordimiento, tristeza y miseria.

Existen muchas circunstancias, pero ahora bien, si la persona está en medio de un ataque de ira, más aún, si ha bebido alcohol, tomado drogas o lleva armas (navajas, pistolas, etc.) deja que se desahogue, retírate, no interacciones, ¡corre! y, mucho menos, discutas con él o ella.

Estoy agradecido por todas esas personas difíciles en mi vida. Me han mostrado exactamente quién no quiero ser, Anónimo

A veces, también es mejor dejarlo pasar, sobre todo, cuando es un acto aleatorio, una conducta ocasional y esporádica de alguien con más poder y fuerza y donde tenemos todas las papeletas para perder, por ejemplo, con nuestro jefe, profe o militar de mayor rango.

La forma general de tratar con ellos es mantener la calma. Muestra serenidad. Mantén el control de tus emociones y comunicación no verbal, y responde en un tono de voz más bajo que la persona violenta. Sin embargo, aunque le trates con tacto y procures ser agradable, deberás mostrarte, en el lugar oportuno y en el momento adecuado, firme, hablarles con convicción y explicar con asertividad aquello en lo que la persona violenta ha metido la pata, cómo te has sentido con su comportamiento y porqué crees que no es lo correcto ni lo que te mereces.

Una idea es pedirle que ella misma explique con sus propias palabras qué ha pasado. Escúchale activamente, manteniendo el contacto visual y procurando ignorar, en principio, los insultos, tacos y el tono agresivo. Solicita que te aclare los puntos confusos, que no te han quedado claros. De esta forma, evitarás malentendidos y mostrarás que te interesa lo que te está diciendo, que le estás prestando toda tu atención y quieres saber realmente cuál es el problema. Separa las formas de los contenidos, quizás el ser iracundo que tienes en frente esconde, tras unas maneras y un comportamiento completamente improcedente, desproporcionado e inaceptable, un fondo de verdad. En este caso, atiende el problema y conflicto subyacente, procura que quede satisfecha su necesidad, preocupación o problema.

Por ejemplo, un niño agresivo puede estar boicoteando la clase y, al ser recriminado, chillar al docente. Un compañero de guardia o el jefe de estudios debería sacarlo del contexto (aula) y hablar con él a solas. En este momento, podemos escucharle con paciencia, empatía y atención, conocer qué ha pasado realmente, los precedentes, etc. Quizás, en el recreo anterior a la clase, fue golpeado o tuvo una pelea; tiene graves problemas familiares (divorcio, violencia doméstica, enfermedad grave de un familiar); está siendo abusado y/o acosado; etc. Entonces, deberían abordarse estos problemas subyacentes y tomar las medidas necesarias. Finalmente, habrá que explicarle que el comportamiento violento y la agresividad verbal no es, en absoluto, el camino adecuado, que le pierden las formas, que no se puede chillar a un profesor y que, en consecuencia, habrá que tomar ciertas medidas disciplinarias contra él.

Volviendo al caso general, a medida que dejamos que la persona violenta nos explique su versión de los hechos y se calme, vamos corrigiendo, con tacto y firmeza, los errores que apreciamos, le damos una retro-alimentación positiva, explicamos cómo nos hemos sentido, el impacto de su comportamiento en los demás y le marcamos un territorio. Es decir, le indicamos sencillamente que todos nos equivocamos pero que debe aprender a controlarse y que no estamos dispuestos a tolerar ese estilo de interacción con nosotros porque, entre otras cosas, no nos lo merecemos: Te respeto pero este comportamiento no es aceptable y no lo toleraré.

El castigo y, en particular, el castigo físico, fundamentalmente para los niños, ha sido empleado tradicionalmente para sancionar y tratar de modificar la conducta de los chicos agresivos y violentos. Hay quien aboga por su reintroducción debido a la falta de autoridad de los docentes en las aulas, la poca eficacia de otras medidas, el incremento de la violencia en los centros educativos, etc.

Sin embargo, hoy en día se considera que el castigo puede generar agresividad, sentimientos de inseguridad, miedo, ansiedad y resentimiento. En general, se desaconseja porque difícilmente consigue sus objetivos, es decir, típicamente solo funciona en presencia de la autoridad punitiva, de forma temporal y no suele generalizarse la conducta. Una persona que ha sido castigada no es menos propensa a comportarse de determinada manera; en el mejor de los casos, aprende a evitar el castigo, B. F. Skinner

Si se realiza, considera lo siguiente:

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