Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas o siendo esclavos de oficina. La publicidad nos hace desear coches y ropa. Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos, Fight Club.
La sociedad en la que vivimos puede definirse de muchas formas, a saber, de la información, de la comunicación y del conocimiento, una auténtica aldea global donde las fronteras son cada vez más permeables y también como una sociedad de consumo.
Vivimos en un sistema capitalista donde las grandes corporaciones, medianas y pequeñas empresas hacen estragos en una sociedad hedonista, superficial y materialista donde nada parece tener mucho sentido y la búsqueda del placer inmediato se nos antoja como el fin último de la vida. Nos bombardean con una publicidad constante, agresiva y muy persuasiva, por ejemplo, usando el empoderamiento (Por una belleza real, Dove), valores compartidos (Vuelve a casa por Navidad, Cree en tus propios sueños, Sonrisas dulces, Sé valiente), respaldo de celebridades o el miedo a perdérselo.
Nos invitan a consumir lo que no necesitamos, incluso aquello que no nos lo podemos permitir. En este último caso, ¡no hay problema!, para eso están los préstamos rápidos y sencillos, “los pagos a plazos”, las tarjetas de crédito, los prestamos de coche, de estudios, personales y de consumo o las hipotecas a 20, 30, 40 y 50 años en los que podemos poner nuestras casas, coches, salarios o jubilaciones como aval.
Un hongo nuclear de una deuda sin precedentes, absolutamente inconmensurable, está sobre nosotros debido a las bajas tasas de interés y el dinero fácil y solo hace aumentar, incluso en estos tiempos difíciles e inciertos.
No es de extrañar, por consiguiente, que muchas personas compren compulsivamente todo tipo de bienes y servicios para llenar su vacío interno, para sentirse mejor, satisfechos, completos o menos solos, para más tarde descubrir que no los necesitan. A veces es incluso contraproducente pues demasiadas cosas en nuestras casas y vidas facilitan el desorden, el estrés y la confusión.
Pueden pensar que el dinero determina directamente la felicidad, pero el dinero no compra la felicidad, la amistad o el amor, no brinda satisfacción ni plenitud y no le proporciona a sus vidas ningún significado o propósito y no son, desde luego, más felices, guapos o populares.
Es importante señalar que no nos estamos refiriendo a quienes van de tiendas como una distracción o se dan un capricho de vez en cuando. Hablamos de las personas impulsivas que no pueden evitar caer en las ofertas de todo tipo de forma habitual, que necesitan estar siempre a la vanguardia, con el último dispositivo o gadget, que cuando se sienten solos, enfadados, estresados, temerosos o tristes buscan en las compras calmar la ansiedad, animarse, sentirse mejor y olvidarse de los problemas. Después, caen en el arrepentimiento, padecen sentimientos de decepción, tristeza, culpa y una baja autoestima por la falta de control en la adquisición de productos que realmente no les son necesarios y dilapidan su economía.
El perfil típico del comprador compulsivo es el de una mujer con unos treinta o cuarenta años que compra ropa, joyas, zapatos y productos de belleza. Entre los varones, significativamente menos, prefieren los aparatos y dispositivos electrónicos (teléfono móvil, portátil, tableta, televisor, etc.) y las herramientas para el hogar.
Uno de cada tres consumidores adultos europeos tiene problemas de descontrol en la compra o el gasto. Dentro del grupo de adictos, el 55% (18% del total) presenta una adicción leve y el 45% (15% del total) una adicción importante. El 3% llega a niveles que se consideran patológicos (El Consumo Compulsivo y los problemas personales, Confederación de Consumidores y Usuarios).
Una de las consecuencias más devastadoras es el impacto en el bienestar, salud y la economía personal y familiar. Para poder dar de comer al bicho del consumo excesivo, muchos precisan trabajar más de lo que su salud física y/o psicológica les permite, con lo que aumenta su ansiedad y estrés, mientras sus relaciones personales y románticas se resienten. Fruto de todo ello, las personas padecen baja autoestima, resiliencia reducida, tristeza y depresión. Estos sentimientos negativos les empujan, aún más, a comprar para sentirse mejor, con lo cual nos encontramos con un ciclo autodestructivo. En los últimos estadios, se producen rupturas de relaciones personales y familiares, divorcios, niveles extremos de estrés y deuda y, en algunos casos, se llega a la bancarrota, al desfalco, pérdida de empleo y vivienda, consumo de alcohol y drogas, incluso se termina en redes de prostitución y criminalidad.
Las tácticas a seguir son las siguientes: