El amor no son dos egoísmos que se buscan y necesitan sino dos generosidades que se abrazan tiernamente, Anawim.
Evita la dependencia. Procura equilibrar la vida personal y profesional. Ambos miembros de la pareja deben seguir creciendo y cuidando tanto su desarrollo personal como profesional. Es importante que se mantengan e, incluso, mejoren las amistades, las relaciones familiares, así como, se integren tantos momentos de soledad como de intimidad y complicidad con la pareja.
Debes discernir que la relación se cimiente en la amistad, el cariño y el amor, no en la necesidad (miedo a la soledad, querer huir de una realidad dura, que no te gusta o soportas) o en la búsqueda de protección, afecto, y seguridad. El amor genuino no es dependencia, dos personas se quieren cuando son completamente capaces de vivir el uno sin el otro, pero deciden vivir juntos.
Estos conceptos, a saber, dependencia, independencia e interdependencia, deben estudiarse desde un punto de vista evolutivo y más global a las relaciones románticas. Existen tres etapas en nuestro desarrollo:
El triunfo del yo parte de que podemos (o creemos que podemos) valernos por nosotros mismos como seres humanos autónomos y autosuficientes. Es el paradigma del yo me lo guiso, yo me lo como, en el que somos capaces, con nuestro propio esfuerzo, destrezas y habilidades, de satisfacer nuestras necesidades y conseguir lo que queramos, cómo y cuándo lo queramos.
La interdependencia está presente en casi todos los ámbitos. Por ejemplo, en la naturaleza, las abejas necesitan del polen y el néctar de las flores para su subsistencia; éstas dependen, a su vez, de las abejas para su polinización.
La globalización del siglo XXI, la revolución de las comunicaciones y los movimientos migratorios masivos hacen más claro, día tras día, la interdependencia entre los estados a nivel económico, político, social y cultural. A nivel más personal, la interdependencia se define como relaciones de elección no de necesidad. Se establece cuando los miembros de dichas relaciones son lo suficientemente maduros para no depender emocionalmente de los demás y, preferiblemente, tampoco económicamente.
La sabiduría popular nos ha enseñado, desde siempre, las bondades de la interdependencia: “el todo es mayor que la suma de las partes”, “dos cabezas piensan mejor que una”, “cuatro ojos ven más que dos”.
Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de sus esfuerzos. Porque si uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero; pero ¡ay del que cae solo!, que no tiene quien lo levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero el que se encuentra solo, ¿cómo se calentará? Si atacan a uno, los dos harán frente. La cuerda de tres hilos no es fácil de romper, Eclesiastés, 4.
Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos, delante de él, a toda ciudad y lugar adonde él había de ir, Lucas 10, 1.
Entre los muchos beneficios de una relación interdependiente, ya sea romántica o de cualquier otro tipo, se encuentran: ofrecer y recibir ayuda y recursos, intercambio de información (por ejemplo, obtenemos ideas y consejos sobre cómo realizar una determinada tarea o cómo abordar un problema, retroalimentación de nuestros resultados y cómo estamos desempeñando nuestro trabajo, desafío de nuestros puntos de vista, etc.), se reduce la ansiedad y el estrés, recibimos apoyo social, ánimo e inspiración.
Sin embargo, no es posible la interdependencia del “nosotros” si el “yo” no ha logrado la independencia.
¿Qué queremos decir? La relación interdependiente necesita que sus miembros sean personas maduras e independientes para la construcción del bien común. Un equipo de trabajo rendirá al máximo de sus posibilidades cuando todos sus miembros se sienten escuchados, comprendidos y valorados, cuando todos actúan desde la integridad personal y están comprometidos con el proyecto y comparten unos objetivos comunes. Sin embargo, cuando algunos se dejan arrastrar del carro, cuando son dependientes de otros compañeros o están temerosos del “líder” (típicamente porque no han conseguido la independencia, por ejemplo, porque no han alcanzado la necesaria competencia personal, profesional o estabilidad emocional) se constituyen en un lastre para todo el equipo.
Puede ocurrir que el equipo piense que van todos a una, el jefe o líder/es quizás haya conseguido “consensuar” los objetivos comunes, procesos, tareas y calendarios pero más pronto que tarde la planificación fracasará o los estándares de calidad se verán puestos en evidencia. ¿Por qué? Pues, simplemente, porque estos individuos realmente no participaron en la toma de decisiones ni se implicaron en el proyecto común. Cuando inevitablemente les toque a ellos mojarse y pringarse en el día a día de la organización, quedará claro como el agua que algo falla, que los compromisos, calendario o las metas no eran realistas, que quizás las personas no estaban lo suficientemente preparadas, cualificadas o motivadas, que los recursos utilizados no eran suficientes, etc.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Es imprescindible que todas las personas del equipo sean lo suficientemente maduras (independientes) para asumir compromisos y tomar responsabilidades, tener la necesaria competencia personal y profesional para realizar las tareas que se les propongan, sean capaces de exponer sus ideas y puntos de vistas sobre los objetivos, procesos, tareas, estándares de calidad y calendario, así como, que sus conocimientos, opiniones, habilidades y experiencia sean escuchados, valorados y tenidos en consideración.
En la relación de pareja es exactamente igual. No puede basarse en la necesidad de afecto, amor y protección, deseo sexual, dependencia económica o de cualquier otra índole. Debe estar asentada sobre el respeto, amor mutuo e interdependencia de dos personas maduras. Cada miembro debe tener la autonomía e independencia suficiente para que se pueda establecer una comunicación constante, fluida y eficaz en la pareja que es esencial para que florezca una relación armoniosa. En esta escucha activa, empática y comunicación efectiva, los dos son capaces de construir juntos el “nosotros”, llegar a compromisos y modificar aquellas áreas que están entorpeciendo y obstaculizando el proyecto común.
El diálogo entre dos personas independientes debe ser continuo, abierto, sincero y constructivo, es decir, aquel que no se centra en los problemas, echar la culpa a los demás, en los errores del pasado o negar la realidad sino en las propuestas de resolución, en aprender de los errores y fracasos, cambiar para mejorar y crecer.
La interdependencia exige también saber ceder, ser capaz de asumir responsabilidades y compromisos con capacidad de servicio y sacrificio, así como, renunciar al desarrollo personal y profesional como bien último y supremo, con generosidad, cuando sea preciso para el bien común.
La persona dependiente no tiene la fortaleza para arriesgarse a decir lo que realmente piensa, para mostrar su verdadero “yo” y, de esta manera, bloquea el crecimiento del “nosotros” y dilapida el proyecto común. ¿Qué se puede hacer en estos casos? Lo más complicado, pero también lo más importante, es ser capaz de reconocer el problema. Luego, habrá que darse tiempo y ser paciente para madurar personalmente y como pareja, evitando y posponiendo la toma de decisiones significativas (matrimonio, hijos, compra de una casa, vivir juntos, etc.) para cuando la relación sea más estable y así asegurarse de que la toma de decisiones sea realmente de los dos.
En definitiva, las relaciones románticas deben estar construidas sobre una amistad genuina, respeto, interdependencia, diálogo constante y amor.