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Comunicación asertiva I

Si no tienes un asiento en la mesa, probablemente estés en el menú, Elizabeth Warren.

El modo en que nos comunicamos con los demás y con nosotros mismos determina, en última instancia, la calidad de nuestras vidas, Anthony Robbins.

Para una comunicación interpersonal efectiva es importante mantener un estilo asertivo. Es el punto medio entre la agresividad y la pasividad. Es un comportamiento comunicacional maduro en el cual la persona no agrede, domina, intimida ni amenaza pero tampoco se somete a la voluntad de otras personas o permite sumisamente que se le nieguen sus derechos, sino que manifiesta sus convicciones, puntos de vista y defiende sus derechos con confianza y firmeza.

Se trata de sentirnos libres para expresar nuestras ideas y pensamientos o defender nuestros derechos de una forma congruente, clara, directa y equilibradasin la intención de herir o perjudicar a nadie, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia, siendo capaces de alcanzar compromisos y, en definitiva, de facilitar relaciones significativas y profundas.

Asertividad no es lo que haces, es lo que eres, Shakti Gawain.

¿Cómo ser asertivo?

Una buena comunicación requiere: el estado de ánimo adecuado -Lo que dices es tan importante como la forma en que lo dices; honestidad e integridad -di lo que piensas y se sincero con lo que dices; la capacidad de escuchar activamente, conectarse con los demás (empatía) y expresarse con claridad, confianza y eficacia de maneras que algunos (o muchos) encuentren útil y valioso tus palabras. Mantén tu discurso breve, sencillo y amistoso

Imagina el típico tardón que llega tarde a una reunión de trabajo o a una cita. Suponte la siguiente conversación:

Tardón: “¡El tráfico en Málaga es absolutamente imposible! Además, han quitado todo el aparcamiento público. ¡La próxima vez tendré que meterme el coche en un bolsillo! ¡Cada vez que intento aparcar en el centro termino con una mala leche impresionante y chillando a todo el que se me cruza por delante!”

Compañero: “Pero de qué vas? ¿Qué horas son estas de llegar?”

Tardón: “¡Mira, no me critiques! ¡No me vengas con sermones que ya tengo bastante con mis problemas! ¡Estoy pasando por una mala racha en el currelo con el último proyecto! ¡Tengo trabajo para dar y regalar y estoy muy estresado! Demasiado que he podido llegar solo con veinte minutos de retraso."

Compañero: “¡A mí no me cuentes tu vida! ¡Tus problemas no me interesan, yo también tengo los míos! ¿Qué te crees, que tú eres el único con una agenda súper apretada y que padece estrés? ¡Ya estoy cansado de esperarte y, encima, tener que escuchar tus excusas! ¡Te voy a decir una cosa muy clarita, a ver si te enteras! ¡Que sea la última vez que llegas más de quince minutos tarde! ¡De lo contrario, voy a dar parte a tu jefe porque eres un empleado irresponsable y desconsiderado con los clientes!"

Si nos fijamos en la conversación, el tardón había empezado con mal pie, llegó tarde y no se disculpó. Solo expresó que no se encontraba en un estado anímico positivo; más bien, todo lo contrario. El problema es que su compañero se ha contagiado por esta negatividad y ha convertido su respuesta en una letanía de reproches. Aún peor, en vez de solicitarle que cambie su comportamiento, le ha exigido puntualidad (“¡Que sea la última vez que llegas más de quince minutos tarde!") e, incluso, le ha amenazado ("¡De lo contrario, voy a dar parte a tu jefe porque eres un empleado irresponsable y desconsiderado con los clientes!")

Es importante resaltar que este estilo de comunicación no es probable que logre nada positivo. Sus resultados, si los hubiera, serán bastante pobres. Si las amenazas son serias y fundadas puede que el tardón reconsidere las consecuencias y cambie su conducta. Sin embargo, incluso en este escenario, la relación se habrá deteriorado y enviciado tanto que será casi imposible que ambos puedan trabajar de un modo efectivo y colaborativo en el futuro.

Si ves que estás muy caliente y enfadado, respira profundamente y demora la comunicación a otro momento en el que estés más frío y sereno.

Es importante que evites los extremos. Por ejemplo, si tus ojos miran hacia abajo, mantienes un mirada esquiva, una postura encorvada y hundida, estás sentado en el borde de una silla, hablas con voz baja o con un tono vacilante demuestras claramente dudas, inseguridad y un baja autoestima. En el extremo opuesto, expresas un estilo agresivo si tu tono de voz es alto y mandón, tu ritmo es más que fluido, excesivamente rápido y tu postura es agresiva: inclinado hacia adelante, tus manos están detrás de la cabeza o en la cintura, brazos y piernas cerrados o cruzados, musculatura tensa, etc.

Hay una historia que ilustra muy bien lo que quiero expresar en este apartado. Había una vez un joven que, mal informado, sin saber muy bien donde se metía, ingresó en un convento de clausura. Cuál fue su sorpresa cuando se enteró de que en dicha orden no estaba permitido hablar nunca, solo rezar y trabajar (ora et labora), excepto el día del patrón donde, en una gran asamblea, todos podían expresar sus opiniones y experiencias sobre el año pasado en riguroso turno.

Ora et labora

Nuestro amigo rezó y trabajó, jornada tras jornada, hasta que llegó el ansiado día de la fiesta del patrón. Empezó su discurso el padre prior: “¡Bendito sea nuestro Señor Jesucristo!” Después de él, intervino el monje más mayor: “¡Glorifiquemos y alabemos juntos a nuestro Señor!” El tercero también fue bastante escueto: “¡Alabado sea su santo nombre!” Y así, ante la mirada atenta e incrédula del joven, se sucedieron las intervenciones de todos los monjes hasta que le llegó su turno: “La comida deja mucho que desear, no me gusta.”

Y pasó otro año de silencio, trabajo y oraciones. Llegado el gran día, las intervenciones se sucedieron de forma análoga, comenzando, como estaba rigurosamente regulado, por el padre prior: “¡Bendito sea nuestro Señor Jesucristo!” Luego, siguieron el resto de los monjes por orden de antigüedad: “¡Alabado sea el Señor!”, “¡Alabado sea su santo nombre!”, etc. Cuando llegó al joven monje, este confesó: “¡No puedo dormir bien porque las camas están hechas polvo y te clavas los muelles!"

Y pasó otro largo año en el monasterio. Otra vez, en el gran día, el guión era un calco idéntico de los años previos y el protagonista de nuestra historia no salía de su asombro y estupor. En su intervención, declaró escuetamente: “¡Me marcho!” Pero esta vez, inesperadamente, alguien le contestó por primera vez desde que entró en el monasterio: “¡Pues me alegro porque desde que estás aquí solo haces protestar!

La moraleja es clara: son tres días los que nos queda en el convento, la vida es demasiado breve y precisamos ser felices dónde estamos y con lo que somos y hacemos. Si estamos continuamente criticando y quejándonos como si fuéramos viejos cascarrabias, terminaremos cansando a los demás, recibiendo la etiqueta de plastas, difíciles o gruñones y, en consecuencia, tendremos menos posibilidades de conseguir nuestras sueños, peticiones y aspiraciones, de que acepten nuestras ideas, propuestas y soluciones incluso cuando tengamos razón.

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