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Obediencia ciega y conformidad.

El mundo es un lugar peligroso para vivir, no porque la gente sea mala, sino por aquellos que se cruzan de brazos y lo permiten, Albert Einstein.

La obediencia ciega ha estado presente en nuestra historia desde tiempos inmemoriales. Abraham obedeció a Dios a sacrificar a su hijo único (si bien fue detenido por un ángel del Señor): “¡Abraham, Abraham!” Él respondió: “Heme aquí”. “Toma a tu hijo, a tu primogénito, al que tanto amas y ofrécemelo en holocausto en el monte que te diré,” Génesis 22, 1-2.

La obediencia ciega ha estado presente en nuestra historia desde tiempos inmemoriales

La obediencia ciega ha estado presente en nuestra historia desde tiempos inmemoriales

Sin embargo, no hay que remontarse tan lejos. Las guerras siempre han sido tan brutales e innecesarias, como la violencia y el derramamiento de sangre que generan. Muchos civiles han sufrido toda clases de abusos y vejaciones: palizas, violaciones, torturas y mutilaciones entre otros.

Durante la guerra de Vietnam, muchos actos de brutalidad fueron cometidos por soldados en ambos lados. Sin embargo, un incidente particularmente horrible conmocionó a personas de todo el mundo. “En la mañana del 16 de marzo de 1968, una compañía de soldados estadounidenses mataron a más de 500 civiles vietnamitas desarmados en My Lai, una aldea en el sur de Vietnam,” cbsnews.

La masacre de My Lai de 1968 es probablemente el mayor crimen de guerra cometido por las fuerzas occidentales.

La masacre de My Lai de 1968 es probablemente el mayor crimen de guerra cometido por las fuerzas occidentales.

Paradigmático, por su impacto en la psique americana, es el testimonio de Paul Meadlo en una entrevista realizada para CBS Network Radio, por Mike Wallace el 24 de noviembre de 1969, sobre la masacre de My Lai en Vietnam. El teniente William Calley ordena a sus hombres, entre ellos al soldado Paul Meadlo, a disparar a todos los civiles en el poblado:

Q. ¿Les dijo esto a todos o a usted en particular?
A. Bueno, yo estaba frente a él […] Y él me dijo que empezara a disparar. Así que comencé a disparar, utilice cuatro ráfagas contra el grupo…
Q. ¿Y cuántos murieron en este momento?
A. Bueno, yo les disparé con una automática y, por tanto, no se puede… Acabas de disparar sobre el área donde se encuentran y no se puede saber cuántos mataste porque todo va muy deprisa. Puede que matara diez o quince.
Q. ¿Hombres, mujeres y niños?
A. Hombres, mujeres y niños.
Q. ¿Y bebes?
A. Y los bebes.
A. Teníamos alrededor de siete u ocho personas […] los pusimos en la choza y luego tiramos una granada de mano donde estaban […] Tenían unos sesenta o setenta y cinco recogidos. Tiramos los nuestros con los suyos y el teniente Calley me dijo: “Soldado, tenemos que hacer otro trabajo” […] “Comenzamos a empujarles y dispararles usando automáticas.”

En la matanza de My Lai murieron sobre unos quinientos civiles, es decir, fundamentalmente mujeres, niños y personas mayores. Además, sufrieron todo tipo de vejaciones: violaciones, golpes, torturas y mutilaciones. Solo hubo un convicto, un chivo expiatorio, el teniente Calley que sirvió un arresto domiciliario de tres años y recibió el indulto del presidente de los EEUU Richard Nixon. La mayoría de los soldados que participaron en los interrogatorios respondieron que “habían seguido las órdenes de sus superiores.”

¿Cómo es eso posible? Existe un experimento clásico que constituyó un antes y un después en el modo en que concebimos la obediencia. Fue realizado por Stanley Milgram en 1974. Más concretamente, se trata de discernir cómo negociamos el conflicto entre la obediencia a la autoridad y nuestra propia conciencia. Se pretendía conocer cuánto dolor infringiría un ciudadano “de a pie” a otra persona simplemente porque se “lo requerían” para un experimento científico.

La era de la obediencia ciega es aquella en la que nadie cuestiona la autoridad y todos cumplen sumisos incluso cuando las violaciones más atroces de los derechos humanos fundamentales están teniendo lugar

La era de la obediencia ciega es aquella en la que nadie cuestiona la autoridad y todos cumplen sumisos incluso cuando las violaciones más atroces de los derechos humanos fundamentales están teniendo lugar

Había tres roles: el experimentador o investigador, el maestro (el verdadero sujeto del estudio) y el alumno (un cómplice que se hace pasar por un participante en el experimento). Ambos entran en el laboratorio y se les explica que van a tomar parte de un estudio de memoria y aprendizaje. Uno de ellos es designado como maestro y otro como alumno, esto es solo una manipulación porque el participante con el rol alumno es cómplice del experimentador.

A continuación, se les explica que el estudio pretende conocer los efectos del castigo en el aprendizaje. Al alumno se le coloca en una habitación, se le sienta en una especie de silla eléctrica, se les atan sus brazos para evitar el movimiento excesivo y se le colocan electrodos con crema para evitar las quemaduras. Se le indica que le van a leer una lista de pares de palabras y que, a continuación, se le pondrá a prueba en su capacidad de recordar la segunda palabra de cada pareja cuando escuche la primera. Cada vez que cometa un error, recibirá descargas eléctricas con una intensidad creciente.

Al maestro, después de ver al alumno situado en su lugar (silla eléctrica, atado, electrodos), se le sienta en un generador de descargas con un portentoso panel formado por treinta interruptores de palanca. Cada uno de ellos está claramente marcado con una tensión entre 15 y 450 voltios.

Para facilitar la interpretación del peligro de las descargas eléctricas, los interruptores están también etiquetados con las siguientes indicaciones: shock moderado, fuerte, muy fuerte, intenso, de extrema intensidad, Peligro: shock grave y XXX.

Por supuesto, todo es un montaje y el alumno no recibirá ninguna descarga. El conflicto aparece cuando al recibir la presunta descarga, el alumno empieza a mostrar que está experimentando molestar. Comienza gruñendo (75 voltios), luego continúa quejándose en voz alta (150 voltios) y, más tarde, exige ser liberado de la prueba. A cada incremento de la intensidad de las descargas, se muestra más desesperado, emite más gemidos y gritos de dolor. A los 285 voltios, su respuesta solo puede ser descrita como un grito agonizante; más tarde, no emite ningún sonido.

El profesor se encuentra en seguida en un conflicto intenso y evidente. El manifiesto sufrimiento del alumno le hace desear parar pero la autoridad del investigador le hace, en la mayoría de los casos, continuar. Un diálogo modelo es el siguiente: “Lo siento, no creo que debamos continuar” (profesor), “El experimento requiere que continúes hasta que el alumno haya memorizado todas las parejas” (experimentador). Otras respuestas por el experimentador son: “Las descargas pueden ser dolorosas pero no son peligrosas”, “Es absolutamente esencial que continúes”, “No tienes otra opción, continúa.”

¿Cuales fueron los resultados? De los cuarenta sujetos, veinticinco obedecieron al experimentador hasta el final, es decir, castigando a la víctima hasta que llegaron al shock más potente disponible en el generador, 450 voltios, tres veces seguidas; estamos hablando, querido lector, de un 60%. El experimento fue replicado en Princeton, Múnich, Roma, Sudáfrica y Australia para demostrar que no eran un grupo de sádicos los que acataban las órdenes, sino personas normales, como tu y yo. Los niveles de obediencia fueron, en todos los casos, mayores, llegando en Múnich a un 85%.

Dicho con otras palabras, en gente común, sin ninguna hostilidad previa, la autoridad se impuso a la conciencia, a la moral de los participantes a pesar de los gritos y gemidos de las víctimas, cuando no había ningún resquicio de duda respecto a los efectos adversos y destructivos de su actuación. La conclusión es clara: pocas personas tienen los recursos necesarios para resistirse a la autoridad.

Si pones buenas manzanas en una mala situación, obtendrás malas manzanas, Philip G. Zimbardo

Si pones buenas manzanas en una mala situación, obtendrás malas manzanas, Philip G. Zimbardo

Existen determinados factores que median en este efecto: cercanía física del profesor al alumno (una menor distancia a la víctima provoca una menor obediencia al experimentador), la autoridad presente físicamente produce una mayor obediencia que si da sus órdenes por teléfono, la influencia de iguales (la presencia de otros maestros desafiando la autoridad disminuye la obediencia del sujeto), la legitimidad de la autoridad, etc.

Un paso más allá, lo constituye el experimento de la prisión de Stanford. Philip Zimbardo pensó que no era habitual que alguien te pidiera que hicieras algo malo “porque sí”. En nuestra sociedad vivimos en instituciones: familia, centros educativos, sanitarios y militares, iglesias y comunidades, etc.; en ellas tenemos asignados ciertos roles, existen unas reglas, leyes, tradiciones y normas e, inconscientemente, desempeñamos nuestro trabajo en conformidad con estos roles y reglas. Vemos a los demás “desenvolviéndose” y actuamos en consonancia, incluso aunque, a veces, determinados comportamientos y actuaciones no encajen con nuestra moral: “No puede ser malo porque todo el mundo lo hace”.

La única cosa realmente necesaria para que triunfe el mal es que la gente buena no haga nada, Edmund Burke

La única cosa realmente necesaria para que triunfe el mal es que la gente buena no haga nada, Edmund Burke

En su estudio se seleccionaron veinticuatro participantes para adoptar los roles de convictos y guardas de prisiones de un total de setenta. Los elegidos no tenían antecedentes penales, carecían de problemas psicológicos y estaban perfectamente sanos. Se les ofreció una paga diaria de quince dólares por participar en un experimento que simulaba una prisión que duraría catorce días. Los sujetos aceptaron y fueron divididos aleatoriamente (lanzando una moneda al aire) en sus respectivos roles para un estudio que, teóricamente, debería durar catorce días.

El experimento se realizó en el sótano del departamento de psicología de la Universidad de Stanford convenientemente acondicionado para simular una cárcel. Los prisioneros permanecieron en la prisión las 24 horas del día, mientras que los guardias realizaron turnos de ocho horas.

Sorprendentemente, el estudio se tuvo que parar a los seis días porque se descontroló y se les fue de las manos. Los guardas empezaron a comportarse de forma agresiva hacia los convictos, con el paso del tiempo actuaban cada vez de forma más sádica y cruel. Los prisioneros mostraron graves trastornos emocionales, depresión, estrés y ansiedad.

La conclusión para el autor del experimento, Philip Zimbardo (El efecto Lucifer, Zimbardo, 2008, Paidós Ibérica) es clara: El estudio es una tragedia griega que demuestra el rol fundamental que juega el entorno en nuestro comportamiento. Los guardas colocados en un lugar de poder y autoridad, empiezan a desarrollar comportamientos que no realizarían en su vida diaria, se convierten en demonios capaces de perpetrar las más viles atrocidades y torturas a sus congéneres. Los prisioneros en una situación donde se sentían completamente impotentes y humillados se muestran pasivos, algunos pierden el control y desarrollan trastornos graves de ansiedad, estrés y depresión.

Las circunstancias más que el carácter y la integridad personal determinan el comportamiento humano

Las circunstancias más que el carácter y la integridad personal determinan el comportamiento humano

“Las personas exageramos la extensión en la que nuestras acciones son racionales y voluntarias o, dicho de otra manera, desestimamos el poder de la situación en nuestras vidas […] La línea entre el bien y el mal es permeable y casi cualquier persona puede ser inducida a cruzarla cuando está presionado por fuerzas situacionales […] Nuestro comportamiento puede ser transformado desde la más absoluta normalidad y desviarse de maneras inimaginables, incluso llegando a aceptar fácilmente una concepción deshumanizada de los demás, como “animales”, y aceptar justificaciones espurias donde el dolor y sufrimiento es bueno para ellos,” Philip Zimbardo.

Sin embargo, el problema permanece: ¿Qué podemos hacer? ¿Podemos resistir a la autoridad y al contexto en el que nos desenvolvemos? Quizás, estas sean las preguntas más importantes pero cuya respuesta no está ni mucho menos clara.

Los seres humanos somos animales sociales, buscamos la aprobación de los demás mostrándoles que somos como ellos. Tenemos miedo al rechazo social, necesitamos “pertenecer, ser uno más del grupo”, deseamos lograr un objetivo común y también, a veces, mantenemos la creencia de que el grupo debe saber más que nosotros.

Consecuentemente, muy pocos son capaces de presentar la autonomía necesaria y el coraje de cuestionar a la autoridad o a las instituciones injustas, a expensas de poder ser excluidos de la sociedad (amigos, familia, vecinos, trabajo, etc.), incluso ser sancionados y castigados.

El poder de la conformidad (“porque todo el mundo lo hace”) ha sido, por tanto, manifiestamente demostrado. Nos referimos a la necesidad de encajar en el grupo y la sociedad, con sus normas, leyes y modos de actuar, a expensas de cambiar nuestro comportamiento, creencias, opiniones y actitudes hasta el punto de la internalización. Tenemos miedo a que nos critiquen, nos señalen con el dedo, nos vean diferentes, en definitiva, nos rechacen.

La influencia social es un término más general que incluye tanto la conformidad como la obediencia. Se produce cuando las propias emociones, opiniones y comportamientos se ven afectados por los demás. Adopta muchas formas: conformidad, socialización, la presión de los pares, obediencia, liderazgo, persuasión, publicidad y marketing. Por ejemplo, muchos jóvenes sienten la presión del grupo a tener relaciones sexuales tempranas, probar drogas, fumar y tomar malas decisiones; los adultos sienten la presión de la sociedad y la manipulación de los medios de comunicación para consumir e, incluso, se endeudan y dilapidan su economía doméstica, etc.

¿Está entonces todo perdido? Creo que no, Mahtma Gandhi puede iluminarnos: “En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad humana, ninguna tiranía puede dominarle.” Sus palabras y su ejemplo (en su lucha pacífica contra la opresión británica en India) muestran que podemos y tenemos que cuestionar a la autoridad cuando esta abusa de su poder, que debemos actuar aunque los demás no hagan nada. Precisamos actuar mediante la lucha pacífica y la desobediencia civil, no violenta, por los derechos humanos y la justicia social, por el respeto y la dignidad de cada ser humano.

En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad humana, ninguna tiranía puede dominarle

En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad humana, ninguna tiranía puede dominarle

A través de la historia ha sido la inacción de los que podían haber hecho algo, la indiferencia de aquellos que se podían haber informado un poco más, el silencio de la voz de la justicia cuando más se necesitaba, lo que hizo posible el triunfo del mal, Haile Selassie.

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