Si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse. Si no tiene solución, preocuparse no sirve para nada.
Discierne entre lo que puedes cambiar y lo que no. Puede parecer terriblemente simple, pero no por eso es menos importante y relevante para una vida sana. ¿Qué sentido tiene llorar y lamentarse amargamente ante lo que no tiene remedio: la muerte de un ser querido, una enfermedad crónica y dolorosa que padecemos, el paro, la crisis económica, un divorcio amargo que te ha dejado anímicamente destrozado y económicamente muy mal, etc.? Solo estás perdiendo tu tiempo, agotando tu energía y haciéndote daño.
Todos nuestros esfuerzos deben centrarse en cambiar lo que esté a nuestro alcance y control, empezando por nosotros mismos: ¡No te preocupes, ocúpate, haz algo útil para mejorar tu situación actual! Sigue tus sueños con valentía y coraje, establece tus metas, divídelas en objetivos y en tareas específicas; ten un plan y cúmplelo; revisa cómo lo estás llevando a cabo y cómo puedes mejorar, esfuérzate en trabajar de un modo más eficiente y productivo.
Si no puedes hacer nada al respecto: déjalo ir, ignóralo, olvídalo, no pienses más en ello. Disfruta de la vida porque nadie sale vivo de ella.
Come una dieta sana y equilibrada, duerme siete u ocho horas diarias, haz más ejercicio (cambia las escaleras por el ascensor, caminar un poco más, haz abdominales, flexiones y sentadillas) y actividades al aire libre para que obtengas los beneficios para la salud que te aporta una mayor actividad física. ¡Sal fuera de ti! Desarrolla relaciones nuevas y significativas que enriquezcan tu vida personal y profesional, busca sentido y propósito a tu vida, etc.